domingo, 15 de abril de 2012

Del mundo con amor


1. Se ganó la lotería para obtener la residencia en Estados Unidos y no lo pensó: viajó de Senegal para instalarse en Nueva York hace tres meses. A sus 30 años, ahora vive en Brooklyn donde comparte casa con tres personas más, trabaja en un restaurante como lavador de platos y asiste a la escuela para aprender inglés que todavía le sabe a a francés. Lo afecta su nueva rutina, la soledad, la dureza de la capital del mundo y la espera de diez años para traer a su familia. Pero acá está, la mayoría de las personas de su país quieren tener una oportunidad como ésta, así que él no está dispuesto a dejarla pasar.

2. Su más reciente logro obtenido fue dar un concierto de ópera en Rusia. Viene de algún lugar de Europa, es alto, rubio, atlético y guarda el prototipo de galán clásico, que se rompe en el preciso instante en que habla y le cede el protagonismo a su inteligencia y sensibilidad artística. Ahora busca estudiar artes en Nueva York y seguir cantando. 

3. Es francesa, tiene casi 40 años y viene de una familia promedio. Aprendió diez idiomas, algunos por placer y otros por trabajo. Inicialmente vivió en Estados Unidos, luego en Suiza, más tarde en Alemania y acaba de regresar a su punto de partida. Busca un trabajo en marketing que le haga justicia: pagándole lo que de verdad vale su conocimiento y dándole la posibilidad de viajar. ¿Vivir, acaso, no es tener la dicha de estar en contacto con el mundo?

Las historias que me inspiraron esta semana. 

lunes, 9 de abril de 2012

Blanca estrella que alumbra en los andes

Bogotá es mi lugar favorito en el mundo, donde está todo lo mío. Bogotá guarda a mi familia, mis espacios, mis recuerdos y mis amigos de verdad, los de toda la vida. La amo por el placer de que en cualquier ruta hay alguien a quien podría visitar, porque conozco los rincones exactos donde encuentro mis comidas favoritas, porque todos las zonas son mías, porque no me siento extranjera.

La ciudad guarda cosas fantásticas y tiene otro montón de sorpresas que están por ahí, esperando ser descubiertas. Bogotá es para Colombia lo que Nueva York para el mundo. La defiendo cuando hablan mal de ella, cuando botan un papel en la calle, cuando se quejan de su clima, cuando la atacan y destruyen el que hasta ahora es su mejor sistema de transporte, cuando se le exige más de lo que fue planeada para dar.

Pero más allá del amor que evoque en mi y en otros, lo cierto es que Bogotá está mal y empeorando. Como una modelo de hace cuatro décadas, hoy no pasa de ser un buen recuerdo; está arrugada, fea, acabada y hasta viciosa, no hay maquillaje ni terapia que funcione.

Bogotá está enferma: cada día la delincuencia afecta a alguien cercano, hay muertos que no valían más que una chaqueta o un teléfono y otros que costaron la ineficiencia de un médico insatisfecho con su salario; hay huecos en las calles que acaban tanto con los carros como con la dicha de andar por ahí; rutas innecesariamente largas en un tráfico que asfixia, injustas diferencias económicas, trampas de quienes la gobiernan.

Bogotá tiene el ánimo gris: hay deficiencia en los niveles de paciencia de sus habitantes y-cómo no,- un aumento en la agresividad, que además es contagiosa. Es fácil percibir el cansancio de la ciudad. No es su culpa, es la suma de años de mala vida.